martes, 24 de julio de 2012




César Sebastián Castillo no es uno de esos hombres que pasa desapercibido. Es un tipo alto y morrudo. Su físico no es un detalle menor. Desde que nació se convirtió en su marca y pista. Sus padres eran distintos a él, petisos y de contextura pequeña. Nunca se animó a preguntarles directamente si era adoptado. Pero esa era una de las razones que lo hacían dudar acerca de su identidad. Por eso siempre había estado atento a todos los datos que le daban sobre su infancia. La partida de nacimiento le parecía confusa y en su mismo edificio vivía un Coronel que lo miraba raro. Poco a poco fue atando cabos.

Mientras tanto su vida seguía de largo, terminó el colegio, trabajó para una cervecería de primera línea y pensaba en irse a vivir a Brasil con su pareja de aquel momento. Hasta que un día del año 2002, cuando tenía 25 años – ahora tiene 35–, tomó aire y se animó a tocar el timbre de la sede de Abuelas de Madre de Plaza de Mayo, esa institución argentina que lucha por localizar y restituir todos los niños secuestrados y desaparecidos por la última dictadura militar a sus verdaderas familias. Después de un año de búsqueda, descubrió que había una familia que estaba investigando su paradero. Le hicieron un análisis de sangre, gracias al cual descubrieron que su verdadero padre era morrudo, alto y militante del movimiento armado de izquierda Montoneros, una agrupación que durante la última dictadura buscó desestabilizar al gobierno de facto.

—Mi viejo se llamaba Horacio y lo asesinó la triple A (Alianza Anticomunista Argentina) en Córdoba antes de que yo naciera. Mi mamá al tenerme y enterarse que era varón, me puso Horacio.

A partir del instante en que se enteró su verdadero nombre, César se convirtió en Horacio con doble apellido: Pietragalla Corti, por su padre y su madre. Desde ese día, su edad tampoco fue la misma. Su partida de nacimiento era falsa, por lo cual pasó a tener dos años más de lo que las velitas de cada festejo de cumpleaños indicaban.
Ese mismo año, enfrentó a sus padres adoptivos. Descubrió que cuando su madre se hizo cargo de él, trabajaba como empleada doméstica del militar que “había conseguido un bebé para un familiar”. Como este hombre se había arrepentido de ello y no sabía qué hacer con el bebé, esta señora –que más tarde se convertiría en su madre– se lo pidió. Con toda esta información nueva sobre su identidad, Horacio dejó su trabajo, su novia y se fue de viaje. Cuando volvió, empezó a militar para el Frente para la Victoria: ahora es diputado nacional.  Pero antes se enteró que en 1977 su mamá biológica, después de la muerte de su marido, pasó a vivir en la clandestinidad con otras personas en una casa de Barrio Norte. Una tarde, a dos meses del nacimiento de su bebé, los militares entraron a esa vivienda. Mataron uno por uno a todos los que había allí. La última fue ella porque estaba escondida en la bañadera, abrazando a ese pequeño hijo que más tarde le arrebataron. 

read more "Pasado robado"


Hay cosas que se pueden comprar y otras que no. A César Cao Saravia se le ocurrió en marzo de 1977 comprar algo impensado y muy querido por todos los argentinos: las Islas Malvinas. Para ese entonces las islas ya eran patrimonio inglés y desde mucho antes también: el conflicto entre el Reino Unido y la República Argentina viene desde 1833.
Pero este reconocido empresario metalúrgico de la época del presidente Juan Domingo Perón decidió recuperar estos trozos de tierra de una manera más que sencilla. Su idea era adquirir el paquete accionario de la Falkland Islands Company, la sociedad anónima que virtualmente monopolizaba la producción económica del archipiélago de las Malvinas.
La lamparita se le prendió en marzo del 77, cuando él tenía 59 años. Se comunicó, mediante telégrafo, con la casa matriz de la empresa, con sede en Londres, y les informó a sus responsables que quería iniciar las discusiones de la transacción a través del Banque Occidentale. En una entrevista periodística de la revista argentina Somos de ese mismo año, César dijo algo así:

Dicen que están interesados en mi propuesta y que la están considerando. Me lo adelantaron telefónicamente y después recibí un cable.
¿Cuál es el monto estimado de la transacción? - le preguntó el periodista.
Estimo que unos diez millones de dólares. –contestó el metalúrgico y le puso un número a la descolonización de las islas. Una lucha que conmueve a cualquier argentino y ningún gobierno de facto o democrático argentino pudo, hasta el momento, ganar. El hecho más destacado, que se dio varios años después de la maniobra de Cao Saravia, fue la guerra. En 1982 el presidente de la última dictadura militar del país, Leopoldo Fortunato Galtieri, decidió recuperar la soberanía de las islas y recomponer la deteriorada imagen de su gobierno. El resultado fue una derrota estrepitosa del improvisado ejército argentino, que perdió 649 vidas, frente a las poderosas fuerzas armadas inglesas, cuyas bajas no poseen un número oficial, pero se estima que se trata de un número similar al argentino.

Durante el año de la Guerra, César decide vender la empresa Establecimientos Metalúrgicos Patricia Argentina (EMEPA), nombre que le puso en honor a su única hija. Pero antes de eso, el insistió con la operación de compra de las Islas, que como ha de sospecharse, nunca se concretó. De haber sucedido, él tenía pensado entregar un porcentaje a los pobladores de las Islas y otro a las Fuerzas Armadas; así como también distribuir los beneficios en obras de bien público.


Dios quiera que este sea el cambio indispensable para que allí puedan convivir ingleses y argentinos. Esto no es una cuestión de metros cuadrados de tierra, que a la Argentina le sobran, sino de principios. Los ingleses deben comprender que su jurisdicción sobre las Malvinas es una castración a nuestra soberanía que no podemos seguir aceptando –le aclaraba a aquella revista.

Su empresa se dedicaba a construcciones de gran porte, como las tribunas del estadio San Martín de Marl del Plata, los puentes peatonales para la ciudad deportiva de Boca Juniors, la instalación de la base Sobral en la Antártica,  hangares, galpones y vagones de tren. Fue también proveedor de obras públicas de diversos gobiernos, desde el de Arturo Frondizi, Artuto Illia y Juan Domingo Perón, hasta Leopoldo Galtieri y Rául Alfonsín. Una fuente muy cercana a su familia confiesa que “más de once presidentes pasaron por su casa”. También fue amigo íntimo del suboficial de la Armada Argentina y dirigente sindical metalúrgico Augusto Timoteo Vandor.

Nunca tuve la foto de ningún presidente en mi despacho, se jactaba Saravia. También destacaba el hecho de no trabajar para empresas extranjeras ni depositar dinero en otros países. Los  empleados de EMEPA llegaron a nombrarlo delegado sindical de su propia compañía. El mismo los incentivaba para ir a las movilizaciones y  el único paro general que se dio en la empresa fue para que “dejara de fumar”.
Nació en la provincia de Salta y dice “haber salido de la miseria”. Por eso, él remarcaba que todos aquellos que tienen grandes responsabilidades y una infancia difícil, deben darle una mano a los de abajo.
Sus familiares y amigos resaltan su costado solidario. Entre sus colaboraciones más importantes se encuentra la que dio a la expedición al Polo Sur encabezada por el Gral. Jorge Leal, quien en gratitud denominó Saravia a un paso muy difícil en el Continente Blanco.

—Nosotros tuvimos una gran amistad, él nos donó una casa nueva que soportara las condiciones climáticas en la base más austral del mundo –cuenta el Gral. Jorge Leal, en el comedor de su casa con 92 años.

El empresario metalúrgico también donó dinero para el Operativo Cóndor Malvinas, que consistió en un secuestro en 1962 de un avión de Aerolíneas Argentinas por parte de jóvenes militantes peronistas, quienes durante 36 horas hicieron flamear una bandera argentina en las islas.  Con el tiempo, el reconocido dirigente y militante metalúrgico, asesinado durante la dictadura militar, Dardo Cabo, le obsequió a Saravia, en prueba de su agradecimiento, la única bandera que flameó durante 36 horas en el archipiélago austral. Actualmente se encuentra en un museo la ciudad del sur de Buenos Aires, Lezama. César además llegó a formar parte del directorio de Hoy S.A., la empresa que se constituyó para editar el diario Noticias de la agrupación de izquierda, Montoneros.

Parece que Cao Saravia no fue el único interesado en comprar las Islas. Unos días antes, Francisco Capozzolo, un empresario ganadero, que ya había adquirido una empresa inglesa en territorio argentino, la compañía Forestal en la provincia Chaco, también había realizado una propuesta para la compra de la compañía Falkland Islands. Hasta llegó a viajar a la capital británica. Pero la respuesta no fue positiva. En su momento, el director de Falkland Islands Company, Francis Mitchell reveló que tenía conocimiento de las ofertas, pero que la empresa no negociaría con ningún argentino por una prohibición del gobierno británico.

Casi podría asegurarle que la Charringtons Industrial Holding Locket no vendería la Falkland Islands a ningún grupo argentino -completó el ejecutivo inglés a la revista.  

Como la historia lo demuestra, ninguna de las compras rindió sus frutos. Pasaron los años y el pueblo argentino sigue buscando la manera de recuperar esas tierras que en algún momento le pertenecieron. Seis años después de la última guerra que tuvo el país, la de Malvinas, César Cao Saravia falleció sin lograr su cometido.
read more "El hombre que quiso comprar las Malvinas"
 

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