miércoles, 1 de octubre de 2014


La señora de pelo castaño, ojos vidriosos y sandalias oscuras no da pasos firmes. Entra como temblando.

—¿Tenés de estos? -la intercepta a la cajera con  mezcla de autoritarismo y vergüenza.

—¿Se refiere a los alfajores, señora?

—Sí, pero no así -responde mientras señala con la mirada varias cajas amarillas con letras rojas que dicen HAVANNA- Quiero un alfajor suelto.

—Claro, señora. Acá sobre el mostrador hay.

—Ay, deme uno.

—Es un euro con diez céntimos, ¿vale? -contesta la empleada con un vale que suena artificial. Es uruguaya y hace tres años que trabaja de vender alfajores y otros productos latinoamericanos en un local en Barcelona- ¿Quiere una bolsa?

—No, gracias. Es para el camino. Quiero algo que me haga recordar a Buenos Aires -dice la señora que desde que entró al local parece que en cualquier momento se pone a llorar.

—¿Hace mucho que está acá en España? -le consulta con confianza la trabajadora de la tierra del presidente Pepe Mujica.

—33 añoz, querida. Pero ez que uno nunca se acostumbra -le dice a la cajera, su fugaz confesora, con un tono tan particular que no suena a catalana, ni argentina.

La empleada la mira asombrada. Le parece que con 33 años fuera de su cuna, la mujer podría, tendría que estar más acostumbrada a vivir en esta ciudad con playa, agua transparente, plazas escondidas y obras de Gaudí. Pero no. La señora de 56 años se fue de Buenos Aires cuando tenía 23. Se fue pensando que iba a volver y jamás lo hizo. 

Primero porque su padre, español, le decía que no volviera, que las cosas "en el sur" estaban mal. Luego, cuenta que todo la fue enredando: su marido consiguió un buen trabajo y más tarde "llegaron los hijos". Ahora los chicos están grandes, su pareja perdió el empleo, hace años que está en paro, como le dicen los españoles a no tener trabajo, y ella tuvo que buscar un ingreso: es niñera y cada tanto se dedica a entrar a los negocios en busca de algo que la haga recordar una ciudad que, como bien dice, paradójicamente, ya no siente suya.



—Las veces que volví, me sentí rara. Ya no soy de Buenos Aires y por más que pase el tiempo, sé que tampoco pertenezco a España. Igual, sabés nena, cada vez que escucho un avión, veo para arriba y sonrío: imagino que soy yo la que va volando -confiesa mientras abre lentamente el papel metalizado de su alfajor. 
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