jueves, 29 de mayo de 2014






Está sentada, sonriendo. Esperando. Está sobre una banqueta y no para de hablar por celular. Cada vez que me la cruzo me da la sensación de que vive  en cámara rápida. Dice que sí, que acepta la invitación, pero cuando vuelva de viaje. Trato de hacerme la que no escucho su conversación, miro para otro lado; aunque mis sentidos están puestos en ella. Tampoco es que la cerrajería de "Omi" sea tan grande: de un lado del mostrador estamos nosotras, Norita y yo. Del otro, "Omi", un hombre grandote con la punta de sus dedos plateados. Mientras lo observo trabajar, imagino que lo metalizado de sus dedos se asemeja a un polvo de otro planeta, aunque sean sólo restos de llaves de esta tierra.

Esta tierra es Castelar, una especie de princesa del conurbano. Un suburbio de la zona oeste de la provincia de Buenos Aires con muchas casas lindas y pocas avenidas: una de ellas es Alem y sobre Alem está la cerrajería de Omi. Es sábado y hay menos movimiento en las calles que un día de semana. Omi le está terminando de hacer unas copias de llaves a Norita, mientras yo espero: quiero averiguar para hacer también copias de llaves, pero para un candado.

La primera vez que la vi, casi diez años antes que esta tarde, no comprendía bien su historia, más bien no la conocía. No se trata de justificar mi ignorancia, tan sólo contarla: en la escuela de monjas a la que fui no se ahondaba sobre las dictaduras. Cuando terminé la secundaria, a los 17 años, Nora me abrió las puertas de su casa, dejó que me sentara en un sillón de su comedor y que la entrevistara para un trabajo.

El tiempo pasó y volví a cruzármela: fue en un vagón de subte de la línea A. Ella bajaba en Piedras y yo la seguí como una paparazzi o más bien, una groupie. Quería hablarle, decirle algo. La miré, la salude y le dije que la felicitaba por su lucha. Ella me dijo si, si, gracias nena, estoy apurada, llego tarde. Cruzó, vertiginosa, Avenida de Mayo por el medio de una cuadra. Seguramente no se acordaba de esa tarde en que estuve sentada en su sillón.

Esa tarde, esta hermana de cinco mujeres, hija de un imprentero machista y que aprendió a coser por carta, me contó que llegó a Castelar a los 20 años (ahora tiene 84), cuando se casó en 1950 con su novio, Carlos Cortiñas, quien tenía una casa en Castelar, la princesa del oeste. Después llegaron los hijos: Gustavo, el mayor, y Marcelo, el menor.

Es una ciudad muy linda, y aunque por momentos es bastante hermética, la gente se preocupa por el otro -me dijo esa tarde.

El tiempo pasó y después volví a cruzármela. Fue en la fila de un banco que se caracteriza por tener a varios jubilados como clientes y si aún uno no es jubilado, el tiempo bancario se encarga de que te jubiles ahí dentro, esperando. Ese día, mientras aguardaba, detrás mío escucho una voz finita de tono alto:

 Siempre lo mismo en este banco ¿No piensan en la gente?

Me doy vuelta y ahí estaba ella, menudita, petisa de rulos grises: Nora, Norita.

Esa Norita cuyo hijo mayor era Gustavo, un ex estudiante del colegio Inmaculada Concepción de Castelar, que en los años 60, comenzó la carrera Administración de Empresas en la Universidad de Morón. Gustavo, que militó en la Juventud Peronista, fue miembro de Montoneros y después se alejó: no soportaba los políticos que acompañaban al ex presidente Juan Domingo Perón, según me contó Norita esa tarde en el comedor de su casa.

Gustavo, quien a los 21 años, dejó la universidad, se casó con Ana y tuvo un hijo. Gustavo, el que después con un grupo de jóvenes de la Villa 31 de Retiro, con el Padre Mujica a la cabeza, hacía trabajo social. Gustavo, el que luego del asesinato del sacerdote, se fue a trabajar a la zona oeste del conurbano, al Barrio Carlos Gardel y San Juan. 

Gustavo, el que el 15 de abril de 1977, en la mismísima estación de trenes de Castelar,  fue secuestrado por miembros de la dictadura militar y hasta el día de hoy está desaparecido.

Gustavo...

El azar o el destino volvió a hacer que después de la situación del banco de Castelar, me cruzara otra vez a mi vecina en una provincia que queda a 1.100 km. de nuestra ciudad. Yo había ido a hacer una nota a Formosa por la Cumbre de Pueblos Indígenas de Argentina y ella a apoyar la lucha de los pueblos originarios.

Recién venimos de un vuelo de último momento. Venimos acá a acompañar la lucha de nuestros hermanos originarios -dijo al micrófono frente a cientos de personas en la Cumbre.

Durante la tarde en el comedor de su casa, después de contar el secuestro de su hijo, se hizo un silencio. Ella dijo que cuando se enteró de la noticia fue con su familia a la Comisaría 3° de Castelar sur, sobre la Av. Libertador, a preguntar si Gustavo estaba ahí. La policía que la atendió dijo que el nombre de su hijo figuraba con una frase que decía: "A pedido de área" y que no tenía más información sobre él. Otro día volvió y  un oficial le dijo que no podía hacer nada por ella. Que lo siguiera buscando, que la cosa venía mal.

Ella comenzó a ir todos los jueves a Plaza de Mayo a reunirse con otras mujeres que estaban en su misma situación y daban vueltas por la plaza como símbolo de reclamo de sus familiares desaparecidos; con los años se convirtió en Nora Cortiñas: cofundadora de la Asociación Madres de Plaza de Mayo; integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y doctora honoris causa por la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Pero eso fue más tarde. 

Antes llegó a ir a Holanda con un grupo de madres a consultar a una vidente que se había hecho famosa por detectar el lugar donde había caído el avión de los rugbiers uruguayos en 1972. Y un día de 1978 se animó a entrar a un terreno extenso que está ubicado sobre otra avenida de Castelar, Blas Parera, donde había una mansión, conocida como Mansión Seré, hoy museo por haber funcionado como un centro clandestino de detención durante la dictadura militar. Pero en ese entonces, ella no sabía nada de lo que sucedía ahí, sólo tenía sospechas de que podían llegar a esconder gente secuestrada. Entonces vio el portón abierto, tomó fuerzas y entró: empezó a golpear las manos, hasta que un hombre de camisa celeste manga corta y peinado con gomina salió de la casona.  

¿Esta casa se vende? -le preguntó Nora- Quiero poner un hogar de ancianos.

No señora, vayase -le contestó el hombre.

¿Y se alquila? -insistió.

No, váyase por favor.

Ella de paso miraba todo, aunque sólo pudo vislumbrar de la casona marrón una ventana con una manguera. Hasta que se escuchó la voz de otro hombre: "despachá a esta mujer, que se vaya" y no le quedó otra más que dejar el lugar, sin nada a cambio.

El hombre de otro planeta está terminando de hacerle las copias de las llaves a Norita. Ella le pregunta cuánto es, saca la plata de su monedero, toma las copias y se va.

Esta mujer es importante. Es Madre de Desaparecidos. Hace años que viene acá -me dice con orgullo Omi, dentro de su cerrajería de Castelar. 

Norita ya está a tres cuadras. Va -como siempre- a paso acelerado. Su figura se va achicando, tanto como si la mirara a través del ojo de una cerradura. 
read more "Norita, a través del ojo de la cerradura"

Esta no es una historia de triunfos; aunque involucra a Leo Messi y Diego Armando Maradona. Esta es la historia de un joven que prometía convertirse en "alguien", pero se quedó en el camino. Podría ser la historia muchos, pero esta tiene una particularidad, o dos. Desde que nació, su apellido lo marcó a fuego y sus entrenadores decían que cuando jugaba al fútbol era magia. Como si eso fuera poco, a los 10 años jugó con Messi en Newell´s. Esta es la historia de Sergio, Sergio Maradona. El Maradona que no fue.

***

La primer pieza de este dominó de hechos la puso Quique Domínguez, uno de los entrenadores de Messi en Newell's. En la producción de "Diario del primer 9 que jugó con Messi", una de las historias de la Don Julio #1, Domínguez le contó al cronista que en las Inferiores de Newell's había otro crack además de Lionel: Maradona, Sergio Maradona. ¿Cómo llegar a él? A través del entrenador que había tenido en el club, Carlos Morales. Pero, a partir de ese momento, el falso Maradona se convirtió en una figurita difícil: Sergio no contestaba los llamados ni los mensajes. Salvo una vez en la que aceptó que le hiciéramos una entrevista en Rosario, pero cuando lo volvimos a llamar para confirmar la hora y el día, desapareció. Domínguez nos pasó el teléfono de una tía que vive a dos cuadras de su casa. La llamamos, charlamos, nos dijo que volviéramos a llamar a tal hora, que Sergio estaría ahí. Llamamos: Sergio no estaba ahí. El mismo Sergio que una vez que lo volvimos a ubicar y volvimos a pactar una visita, nos cambió la fecha porque se había olvidado de un viaje que tenía que hacer a Bolivia. “Es un pibe difícil”, nos había alertado Domínguez. Pasó casi un año entre el primer y el último contacto, cuando acordamos un nuevo viaje: “El próximo sábado nos vemos en Rosario”. Pero el falso Maradona podía volver a desaparecer. Alguien, entonces, tenía que contar su historia, y ese alguien es Carlos.

Carlos Morales es lo que se dice un buscador -de sueños, ilusiones y cracks-. Años atrás, pasaba día y noche buscando chicos en potreros, en videos caseros que filmaba de sus rivales en el baby o en canchitas olvidadas de pueblos de la Argentina. Los buscaba para darles la oportunidad de llegar a ser “alguien”.

Es de Rosario y toda su vida vivió allí. Ahora tiene 61 años. Dice que dio todo por Newell ´s, que Rosario no es lo mismo que antes, que siempre tomó su vocación de captación como si fuera un negocio. No por el rédito económico -punto que aclara reiteradas veces en la charla que ahora tenemos en su auto- sino porque convencer a los padres de que sus hijos jugaran en Newell´s era como venderle una pieza metalúrgica a un cliente: él es comerciante de piezas metalúrgicas y también entrenador de baby fútbol


***

—¿Pudo hablar con Sergio? —le pregunto a Carlos cuando nos pasa a buscar con su camioneta por la Terminal de micros de Rosario.

—No me responde los mensajes. Lo llamo y no atiende, pero ahora vamos a buscarlo a la casa. Aunque sea para que puedas hablar con los padres.

Los padres, Alfredo y Graciela. Sergio es el mayor de diez hermanos.

En los veinte minutos de viaje hasta Moderno, el barrio con casillas y calles de tierra, alejado del centro de Rosario, donde vive el jugador, Morales habla de Maradona y de Messi.

Cuenta que hace años que vienen periodistas desde España, Italia, Japón, Francia y Estados Unidos por “el Leo”, y que siempre le preguntan: ¿quién era mejor, Maradona o Messi?

Y él les contesta con otra pregunta:

—¿A qué Maradona se refiere? ¿A Maradona, el de la Selección? Porque hay dos Maradonas. El otro se llama Sergio. Era un año más joven que Messi, aunque un torneo lo jugaron juntos, en Mar del Plata. En esos años yo siempre titubeé. Siempre pensé que Sergio iba a ser un crack. Pero no se dio. Por las circunstancias de alrededor, calculo, no por él. 

Carlos detiene el auto sobre una avenida, en la puerta de una canchita de barrio. Desde la vereda puede verse una cancha de fútbol con gradas y un portón celeste. Un pequeño cartel pintado a mano dice: “Se busca chico 2004 y 2007”. Otro, bastante más grande, deja en evidencia que hace años alguien pintó: “Bienvenidos a la Asociación Infantil Unión y Progreso”.

—Acá vive Maradona —dice Carlos—. Bah... vivía, capaz que ahora no. Acá viven los padres.

—¿Acá? ¿Justo en una cancha?

—Sí, en una cancha de fútbol. En una casita al costado. Ustedes espérenme acá. Déjenme a mí.

Carlos se baja de la camioneta. La espera no fue muy extensa. Vuelve al rato, pero no lo hace solo: zapatillas Adidas, remera Nike, pelo corto con un gel que forma una cresta. Una sonrisa pícara envuelta en pecas.

—Éste es Sergio.

Maradona nos saluda con tal simpatía que deja atrás todos los momentos de desplante. Carlos le comenta que veníamos hablando de cómo se había iniciado en Newell´s.

—¿A vos quién te trajo, Serguiño? —le pregunta Carlos, y Sergio contesta, seguro:

—La verdad, no me acuerdo.

—Nosotros recorríamos potreros —interrumpe Carlos— pero la magia que él tenía era difícil de encontrar. Era Categoría 88, y yo siempre me decía: “Si existe un Maradona de ese año, deben existir otros. El asunto es encontrarlos”.

Sergio, durante el viaje a una estación de servicio para tomar un café, habla poco. Se dedica a escuchar a Carlos, que fue su entrenador durante dos años, desde los diez hasta los doce. Pasaron mucho tiempo sin verse y en esta camioneta se reencontraron. Sergio parecía tener la capacidad, pero el éxito -ése de las tapas de los diarios, de jugar en Primera, de salir con actrices o cantantes y de jugar en un club del exterior- no. Algo pasó y se convirtió en el Maradona que no fue.

***

Maradona nació el 22 de febrero de 1988. Ahora tiene 26 años y aún vive al lado del club de su infancia, la Asociación Infantil Unión y Progreso, ese por el que, hace un rato, lo pasamos a buscar. Nos dice que juega desde que tiene memoria; buena memoria: a los cuatro años le pegaron una patada que le dio tanto miedo que no quiso volver a jugar.

—Pisaba una cancha y salía llorando. “Dale, Sergio”, me decía mi papá, hasta que me convenció.

En 1995, Sergio Maradona se sumó a las infantiles de Newell’s. Tenía siete años. A los ocho jugó con Leandro Depetris, el chico que a los 11 años vendieron al Milan, en un torneo en Perú: salieron campeones.

—No nos ganaba nadie, los limpiábamos a todos. Puro ganar, no perdíamos casi. Hasta que llegó enero de 2000, el Mundialito de Mar del Plata. Yo tenía 11 años y giraba casi todo en torno a mí. En una de las semifinales bailamos a Boca, le ganamos 4-1 con dos goles míos. Ese partido fue una locura. Me hicieron notas para la televisión, fui tapa de Olé.

“Se llama Maradona”, tituló, el 27 de enero de 2000, en su tapa, el diario Olé, que develó dos datos clave: Maradona es diestro. Y juega con la 9.

—La final la jugamos contra Aldosivi, el local. La ganamos por penales.

Lo que sigue marcó el destino del joven crack. Después de ganar el Mundialito en Mar del Plata, Newell’s tenía que jugar el Argentinito en Morteros, Córdoba. Pero Sergio eligió otro destino: Salta. Maradona viajó a Pocitos, aceptando una invitación de una escuela de fútbol. Los chicos querían ver a quien había sido “la tapa de Olé”.

—Todo el pueblo estaba ahí. Me encariñé tanto con la gente que me olvidé del torneo en Morteros. Dos semanas me quedé allá. Cuando volví, el Cabezón (Carlos) me quería matar, ¿ no?

—Ni me hagás acordar —le responde Carlos, llevándose las manos a la cabeza.

Luego siguieron la Octava y la Séptima de Newell’s, y la posibilidad de probarse en River: Maradona se probó en River, Maradona quedó.

—Así que empecé en River, pero el estudio es cero para mí. En River era obligatorio el alemán, francés, ruso, y a mí no me daba el marote. Me pudrí y me volví a mi casa. Mi familia me quería matar.

Maradona dejó River, entonces, y se probó en Unión de Santa Fe: y también quedó. Jugó hasta que se “cansó de pasar hambre” y volvió -como la vez anterior- a su casa, al club que lo vio nacer, ése en el que le pegaron aquella patada que le dio miedo de jugar. Agosto de 2007 lo encontró en Tucumán: había firmado para Atlético, que entonces jugaba en el Argentino A. Todo parecía marchar sobre ruedas: concentraban en Arroyo Seco con un nivel "de primera" tanto en la comida, como en el hotel. Pero...

—Yo estaba enamoradísimo de mi novia, Denise. Un día no dije nada y me fui: me vine a Rosario a verla a ella y mi familia.

—Lo que se dice un burro, un burro… -lo interrumpe Carlos, indignado.

El técnico de Atlético Tucumán era Jorge Solari, "el Indio". Apenas supo que Maradona había desaparecido porque extrañaba a su novia, lo fue a buscar a Rosario y lo encaró: “¿Tu novia? Maradona, ¿vos sabés lo que te va a dar Atlético? Te van a sobrar las mujeres, te vas a cansar de eso... No me rompás los huevos, yo estoy apostando todo por vos, tenés una capacidad tremenda. Podés jugar donde quieras, pero tenés mierda en la cabeza. Mierda tenés”.

—Pero yo pensaba en otra cosa —recuerda Maradona—. Mis compañeros me cargaban con que era el hijo del Indio.

Después del primer escape y la primera visita del entrenador, Atlético Tucumán jugó un amistoso contra Central Córdoba, en Rosario.

—La rompí.

Al otro día, Solari les dio el día libre a sus jugadores. Maradona se quedó en su casa.

—Era un día nomás, porque a la mañana siguiente teníamos que viajar a Tucumán, donde jugábamos contra Talleres de Córdoba. Entonces me levantó mi mamá: “Dale, mi amor, que te tenés que ir”. “No quiero”, le dije. “Bueno, arreglate con tu padre”. A mí no me importaba nada, yo quería estar en mi casa.

Unos días más tarde, alguien tocó la puerta de su casa: era Jorge Solari, el Indio.

—Se apareció con un traje —relata Sergio— italiano, vestido de primera. Entonces le dijo a mi papá: “Este chico puede jugar en el Barcelona si quiere, pero tiene mierda en la cabeza”.

Maradona volvió. Jugó 58 minutos en Atlético Tucumán: reemplazó al delantero Pablo Hernández en un 3-1 a Juventud Antoniana de Salta, y a Luis Rodríguez, la Pulga, en un partido que el Decano le ganaba 1-0 a Luján de Cuyo.

“Pulguita, muy aplaudido, le dejó el lugar a Maradona. Como el pibe no es Diego, los hinchas se la agarraron con él desde el primer contacto -escribió el sitio Argentinoa.blogcindario.com-. Cuando perdió una pelota, Paz y compañía quedaron mal parados, Carrillo pasó como si fuera el socio 10.000, Ischuk dio rebote y Matías Zbrun no perdonó”.

Fue 1-1, y también el último partido de Maradona en Tucumán. Un ayudante de campo, una noche, lo sacó tipo polizón, y Maradona se volvió a su casa. Esa temporada, el Atlético de Jorge Solari ascendería a la B Nacional.

Carlos espera a que Sergio termine su relato y le pregunta qué fue de la relación con su novia.

—No nada, ahora nos cruzamos por el barrio y ni nos hablamos. 


***

—En menos de un mes pegué viaje para México. Un amigo me ofreció viajar y como en mi barrio en Rosario andaba en cualquiera, dije: “Me voy”.
En el país del tequila -dice- su apellido era una locura. Maradona se fue a los Albinegros de Orizaba, el club más antiguo del fútbol mexicano. Completó apenas diez partidos en la Liga Premier de Ascenso, la tercera división: lo echaron dos veces y no metió ningún gol.

Lo que siguió no fue fácil: peleas con el técnico, con el presidente -por haber salido con su hija-, problemas para darle el pase a otros clubes. Entonces se metió en el sistema informal: empezó a jugar en pueblos rancheros o de mala muerte, como les dice él. Santana, San Juan del Río, Nogales, Río Blanco. Fueron varios. Jugaba torneos por plata, hasta que surgió una oferta mejor: volver al Ascenso mexicano.

—Podés ganar tres veces en un día lo que ganás en un mes —le planteó un amigo.

Maradona aceptó sin dudar, aunque las condiciones eran extrañas: para jugar, debía cambiarse el nombre. Dijo que sí y le hicieron un DNI falso. En su primer partido hizo tres goles; los dueños del equipo se entusiasmaron con él:

—"¿Cuánto quieres cobrar? Dinos, ¿cuánto quieres?", me preguntaban -cuenta Maradona-. "No sé, muchachos… con tres mil pesos está bien", les contestaba. Había algo que no me cerraba...

Hasta que se enteró: el presunto dueño de su nuevo club, los Mapaches de Nueva Italia, de la tercera división, era Wenceslao Álvarez Álvarez, una de las células de La Familia, el cartel narco de Michoacán. Entonces Maradona le contó a su amigo que no quería seguir jugando ese juego.

—No, ahora cagaste —le contestó el amigo—, encima les gustó cómo jugaste.

—Entonces me escapo.

Se fue para Veracruz, donde vivía una chica mexicana con la que estaba saliendo. No sabe cómo, pero lo contactaron.

—Hola pinche, ¿dónde estás, cabrón? Tenemos que jugar la final —le dijeron al otro lado del teléfono.

—En Veracruz.

—Pues no vas a llegar. Mira, te vamos a mandar dinero y te vienes en avión.

—Quiero más plata, entonces.

Le mandaron cinco mil pesos mexicanos y el pasaje de avión. Con Maradona, Mapaches fue  campeón. El premio fue de 15 mil  pesos y aquello recién comenzaba: con un nombre falso y sin un apellido que lo presionara, el equipo debía jugar un campeonato nacional.

***

Esta tarde en la estación de servicio hablamos de los apellidos, de si un apellido puede marcar un destino. 

—¿Te gusta ser un Maradona?

—Siempre me pesó muchísimo

—¿Lo sentís como una responsabilidad?

—Sí. Yo creo que si hubiera tenido cualquier otro apellido habría debutado en cualquier lugar.

—¿Por qué?

—Porque es mucha menos presión.

***

Maradona en México llegó a la final del campeonato nacional. El contrincante era Michoacán B, de otro cartel narco. Se corría el rumor de que podía correr sangre si el equipo del crack perdía. Pocos minutos antes de que terminara el partido, iban ganando, y el director técnico decidió sacarlo a Sergio y a un compañero. La copa era generosa: caballos, autos y mucho dinero. El cambio del entrenador tuvo sus consecuencias: perdieron 5 a 3. Todos lloraban -incluido Sergio-. Eran lágrimas de tristeza pero también de temor. “Nos van a matar”, pensó Maradona.

—No llores, güey —lo consoló uno de los dueños del equipo—. Aquí nosotros no te vamos a hacer nada. Tú quedate tranquilo. El que se equivocó fue el técnico.

Dicho y hecho, recuerda Sergio: en un puente que cruzaba Nueva Italia apareció quemada la camioneta del entrenador, con el entrenador adentro.

—Jugué en el equipo un año más. Mi novia quedó embarazada, tuvimos un hijo, y después los Michoacán dejaron el fútbol y me ofrecieron entrar en su negocio. Me enseñaron cómo entrar en la venta, cómo disparar. Pasé meses sin comunicarme con mi familia.

Hasta que la familia lo contactó, y le pidió por favor que volviera a casa. Una madrugada, gracias a unos amigos, su mujer y su hija se fueron al Distrito Federal y él dejó todo y -con 21 años ya- viajó a la Argentina.

—No sabía nada de esto —dice Carlos, asombrado.

—Sí, y acá empecé a jugar en las ligas de campo, por dinero.

El club para el que juega ahora en Argentina se llama América de Fuentes y es semi profesional: Maradona está negociando que le den el pase para volver a Bolivia, donde en junio de 2012 jugó en Petrolero de Yacuiba, un club semi profesional de la B y donde también juega en un torneo de mineros, por plata.

***

El éxito. El tema siempre fue el éxito. De si las decisiones que tomamos nos llevan al éxito o al fracaso o si acaso nuestro destino, pase lo que pase, va a cumplirse de todas maneras.

—¿Te arrepentís de lo que viviste?


—Yo sé que si hubiera hecho las cosas bien, hoy no tendría problemas. Pero bueno, uno toma buenas o malas decisiones en la vida, y yo estaba muy solo. Me las creía todas. Yo soy muy humilde y mi familia es todo. 

Publicado en revista Don Julio
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lunes, 12 de mayo de 2014



Un joven alto, el rostro intranquilo, mejillas abultadas color de arcilla repite “Díaz, Díaz, Díaz…”. Está contra una pared y hace varios minutos que dos hombres le están preguntando cómo se llama su madre, cómo se llama su padre, cómo se llaman sus hermanos.
El adolescente de tierra fina está confundido. No entiende, no habla castellano. Les responde en su lengua, el qom. Pero los hombres del registro civil del departamento de Laguna Blanca, provincia de Formosa, Argentina, sólo hablan español.
El nombre que escuchan -Egayie- no les gusta, es difícil de escribir. Le piden otro y él responde "Díaz". Toman nota, mientras él continúa quieto. Le van a dar un documento que avale su identidad. Lo miran con detenimiento, calculan su edad: 16 años.

Fecha de nacimiento: 28 de diciembre de 1959, anotan.

Ahora necesita un nombre y Félix les suena bien.


Félix Díaz, escriben.  

***

El resto de la historia está publicada en el libro "Otra Argentina", una compilación de crónicas que representan un mapa de situación del país actual.

El libro está disponible en todas las librerías del país:


Les comparto además un video de la presentación de la historia en la Feria del Libro de mayo de 2014.




read more "El hombre de la tierra"
 

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